Sobre la muerte de la literatura
Entre las diferentes posiciones que pueden tomarse para leer, hay una que no suelo tolerar por demasiado tiempo, es la de acostarse boca arriba y sostener el libro con los brazos levantados. Me resulta indudablemente incomodo porque a los minutos puedo sentir la poca circulación sanguínea en los brazos y la frialdad de los dedos, sin embargo, ésta vez tomé (por no dejar) un libro que leí hace tiempo, no recuerdo si lo compré o fue obsequio de alguna persona, el detalle es que es uno de esos libros que tiene el tamaño perfecto de libro, que no incomoda sostener o mantener abierto, que tiene la coloración perfecta de sus páginas tintadas de amarillo por la oxidación, que tiene la textura de hojas porosas y gruesas, de letras oscuras y olor perfecto de libro, ése olor de libro que es simplemente armonioso; muy rápidamente reposé mi espalda en un mueble, aparté mi cabello del cuello para no halarlo y veía la plenitud del techo blanco sin ningún punto de color gracias a mi posición acostada, tomé el libro con las manos y cuando lo suspendía en el aire sobre mi misma decidí abrir una página al azar, cuando lo hice, pétalos de rosas rojas y blancas caían sobre mi rostro. No pude sino sonreír. Reír a morir. Siempre he tenido la pequeña manía de guardar todo tipo de flores entre los libros, pero no recuerdo nunca donde las guardo, ésta vez me sorprendí con lo que es, el mejor concepto de un libro abierto que nos regala rosas, mundos de rosas completos para cada persona, sin duda los libros son lo menos egoísta que podemos conocer. En éste caso, el mundo que abrí en ese momento fue el de Alvin Kernan con la de muerte de la literatura. ¿Está muerta la literatura?
Éste libro es de esos que dejan con mil cosas atragantadas en el corazón y en la mente, hablar de diversos procesos históricos que han perdurado en la sociedad y en la academia y como éstos han dado pie a la muerte y decadencia de la literatura y encima escribirlo en un libro que contiene estadísticas -¡números!- de quienes leen y que leen, podría ser deprimente, en realidad lo es. En todo caso, probablemente una de las cosas interesantes que extrapola a la nueva tendencia de libros electrónicos que plantea es:
“Esta es la manera en que mueren las cosas en una sociedad de la abundancia y la sobreproducción. El fin de la era del libro, y con ella la de la era de la literatura, está figurada no sólo en las dificultades del uso y almacenamiento del material impreso y del volumen del material impreso que se ha ido acumulando, sino también en el desgaste gradual de la posición privilegiada en el mundo del conocimiento –lo que está impreso es verdad- que ha ocupado el libro durante unos quinientos años”
Si como bien escribe Alvin, la gente lee y escribe menos al mismo tiempo que usa la televisión, teléfono y computadora en exceso y probablemente sin fines intelectuales, el libro se desgasta y nadie se preocupa por ello; las herramientas sociales y el Internet han marcado una gran X al libro a la hora de informarse de un tema o la misma investigación, si casi no era la primera opción de entretenimiento de la sociedad industrial, ahora lo es menos, entonces el problema no es el analfabetismo, sino el alfabetismo en plena crisis tecnológica. Es un padecimiento que en el fondo me preocupa más que el analfabetismo, como diría Lanz o mi propia profesora de historia de la medicina: formemos ahora, más idiotas funcionales, como si el mundo les necesitara. Además, encontré una parte que llamó con anormalidad la atención:
“Cuando el contexto al puro mundo literario, la desconstrucción y la crítica social que le sigue, el feminismo y el marxismo, aparecen como ángeles destructores que buscan la muerte de la literatura mostrando que no existe, que sus poetas putativos no la escribe, que su lenguaje carece de sentido, que en el pasado no ha sido más que el instrumento del intento masculino de dominar a la mujer o de la explotación capitalista de las masas.”
Si bien ha sido así, me gusta imaginar que la literatura es hoy lo que no ha sido nunca: un instrumento de todas las personas que a ella tienen acceso, pues es indudable que la literatura la ha escrito el discurso masculino pues no es más que un poder otorgado al poder, es decir un instrumento masculino otorgado a lo masculino y la relación no puede ser otra que la de lo masculino perteneciente a una clase social no subordinada sino la del poder capitalista. ¡Vaya combinación¡ Poder masculino y capitalista que constituye la hegemonía que aun tiene resultados y éxito. Sin embargo en ésta era de lo virtual y de las palabras que no se tocan, de los libros que no tienen olor a libro ni hojas amarillas, debemos hacer notoria mención a otro ángel destructor: el ambietalismo, movimiento ecologista, o simplemente ecocentrismo. La explotación ambiental para la producción masiva de libros en aras de ilustrar a la población del mundo se vuelve fútil cuando vemos el resultado en las librerías, en donde se vende, con fin netamente comerciales aquellos innombrables que pierden el sentido de la literatura y truncan el camino del libro que se desgasta, aunque es evidente que limitar la producción del libro impreso no es, de ninguna manera, la forma en que se institucionalice la lectura electrónica, pero la conciencia de los cambios que producimos en el ambiente debería ser suficiente para analizar que se está editando y bajo que bandera de literatura se esconde lo que se está imprimiendo gracias a un impacto ambiental.
Cuando se habla de la muerte de la literatura y se abre cualquier página de éste libro se puede tomar un café con lo que dice y al mismo tiempo -en mi caso- se puede querer un par de veces encenderle fuego al estar en total desacuerdo, pero con todo y eso, considero que invita a reflexionar sobre muchos aspectos históricos de lo que ha sido y es la literatura. Sin lugar a dudas, mantengo esperanzas que el libro impreso no morirá, ni la literatura sea cual sea su manifestación y que si bien la lectura digital abre las puertas a una industria impresionante, es una forma de leer maravillosa.
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