Estas palabras las quiero dirigir a ti. Tu que eres Drusa, tu que eres Musulmana, viviendo en Venezuela, en España o en Argentina, en cualquier país de occidente: No estás sola amiga.
No se donde estas hermana, tampoco se como te llamas ni que edad tienes. Pero tengo por seguro que estás en tu cuarto, que siempre debe tener la puerta abierta porque no tienes derecho a tu privacidad. Se que ahí, en ese rincón del mundo buscas en tu teléfono, o en tu computadora algo, un pedazo de luz, un pedazo de aliento que te diga que no estás loca. Tu frustración no es gratis, que tus hermanos si tienen derecho a vivir y tu no. Que las experiencias de la vida, para ti son ajenas porque hay que cuidar de tu virtud. Que estas pagando un costo alto por llevar el honor y las costumbres de tu familia en los hombros. También se, hermana, que te debates entre el amor y la rabia que sientes, que lloras en las noches. Que no encuentras alivio en la rabia, ni en el odio que crees tener hacia tu familia. Y es que hermana, no vas a encontrar paz.
Ahora mismo, donde estas, tienes una familia que seguramente te adora, que creen que saben que es lo mejor para ti. No lo dudo, por favor tú tampoco lo dudes. Entiende que ellos, especialmente tu madre, es víctima de lo mismo, y en su universo no existe otra realidad que esa. Esa que le dice que las mujeres árabes debemos casarnos con árabes por nuestro propio bien, la misma cultura que le dice, que la virginidad es el máximo valor en su vida, y lo mejor que le puede ofrecer a su familia es el honor de entregarla virgen. La misma cultura que le dice que ha fallado como madre porque tú quieres ser libre. Es la misma religión que te dice que debes ser más doméstica, no tener muchas ambiciones ni amigos varones. No puedes salir como tu hermano ni mucho menos llamarte o relacionarte con un amigo.
Y ahora estás aquí, sumergida en las redes sociales, donde todos los días ves como blanquean la situación de las mujeres árabes en occidente. Las redes se llenan de discursos y narrativa que lo único que hacen es minimizar nuestro sufrimiento y ponerle brillantina a nuestras cadenas. Si, brillantina a nuestras cadenas. Porque mientras ellas les hablan a las mujeres hispanohablantes lo extraordinario y benevolente que es casarse con un hombre arabe, nosotras tenemos que arrancarnos el corazón para buscar nuestra felicidad. Decir adiós a nuestras raíces, a nuestra casa, a nuestros padres y madres. El costo de nuestra libertad es el amor que sentimos por ellos, y no hay nadie que pueda explicarte esto mejor que tú misma, porque tú lo vives hermana. Tu libertad siempre será su mayor dolor, su mayor deshonor y siempre estamos sujetas a una decisión imposible. Vivimos detrás de una pantalla viendo a nuestras amigas salir, disfrutar de la vida, estudiar, conocer otras personas, viajar. Mientras nosotras estamos sometidas a la cotidianidad de esperar el mejor partido para casarnos, y dejar de pertenecer a nuestros padres para ahora pertenecer a nuestros esposos y tener nuestra propia familia, y preferiblemente hijos varones.
Hoy más que nunca entiéndelo, tienes derecho a ser libre, tienes derecho a estudiar, a elegir con quién cómo y cuándo casarte, tienes derecho a tu cuerpo y a tu propia sexualidad. Tienes derecho a emanciparte. Y sobre todo, tienes derecho a una vida libre de violencia.
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